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Nuestra historia

Desde hace milenios, el Baix Empordà ha sido una tierra de paso y un lugar ideal para que florezcan la agricultura, la pesca, la artesanía y ciertos tipos de industria. Cada época ha dejado huella en una comarca que es una auténtica confluencia de legados y de culturas.

  • Los primeros habitantes

    Resguardados en los contrafuertes del Montgrí y en los bosques de las Gavarres, donde se han localizado distintos vestigios, los primeros pobladores del Baix Empordà datan del paleolítico. La transición de la caza y la recolección en la agricultura y la ganadería fue el inicio del poblamiento de las llanuras de la comarca y la construcción de monumentos megalíticos. Muchos de estos megalitos se concentran en las Gavarras, especialmente en municipios como Santa Cristina d’Aro, Calonge y Forallac. Entre todos, destaca por sus dimensiones el Dolmen de la Cova d’en Daina en Romanyà de la Selva (Santa Cristina d’Aro).

    Mas adelante, los iberos se asentaron en distintos lugares de la comarca, como claro ejemplo el poblado ibérico del Puig de Sant Andreu d’Ullastret, el más grande de Cataluña. También destacan los asentamientos como el poblado de Castell (Palamós) o el yacimiento de Sant Sebastià de la Guarda (Palafrugell). La presencia de los iberos, también nombrados indigetes, se vio progresivamente eclipsada por la romanización, durante la cual se construyeron villas y poblados, dedicados al trabajo del campo. Esta primera red de núcleos fue la base para la expansión medieval, después del breve paso de los visigodos y los sarracenos.

  • Una arquitectura perdurable

    Castillos, casas fortificadas o parróquias, son el eje al entorno del cual se construyeron, durante la edad media, los numerosos pueblos esparcidos por la llanura bajo-ampurdanesa. Este es el origen de la fisonomía actual de la comarca, con un reparto equilibrado de la población por el territorio y la actividad agraria como salvaguarda del mosaico paisajístico. Los muros de piedra levantados durante esta época son, aún, el sólido esqueleto de muchas de las villas de la comarca. Así mismo, por los bosques y los recodos de los caminos aparecen parroquias, pozos y otros elementos arquitectónicos. No se tiene que olvidar la presencia de los monasterios, aglutinadores de una fuerte influencia en el territorio durante la época medieval, son ejemplos el monasterio de Sant Feliu de Guíxols o el monasterio de Sant Miquel de Cruïlles, que ponen en relieve esta arquitectura casi milenaria. Estos, y otros, complementan una amplia muestra de construcciones religiosas y civiles más pequeñas, con predominio del estilo románico y presentes en muchos de estos pueblos de origen medieval.

    A partir de la edad media, y hasta el siglo XVII, los ataques de piratas y corsarios fueron constantes y obligaron la población a retirarse del litoral. La presencia de masías fortificadas en la zona de Torroella de Montgrí, Palafrugell o Palamós, evidencian esta realidad, mientras que las torres, los caminos de ronda y otros elementos de fortificación cerca de la costa, son las consecuencias directas de la vigilancia del mar. Destacan ejemplos como la Torre de Sant Sebastià (Palafrugell) o la Torre Valentina (Calonge i Sant Antoni).

  • Foto: Fent taps amb màquines de raspall a Miquel, Vincke& Meyer de Palafrugell. 1907. Arxiu d'Imatges del Museu del Suro. Col•lecció Manich.

    La herencia industrial

    Después de las sacudidas de la edad moderna -el bandolerismo, las crisis ambientales y agrarias y las guerras dels Segadores y de Sucesión-, la economía de la comarca repuntó gracias a las mejoras técnicas de los cultivos y al inicio de la industrialización, centrada en el corcho, un producto que singulariza la comarca y le ha dado un gran dinamismo. De otra parte, el trabajo de la cerámica, con una larga tradición artesana, también empezó a mecanizarse. Estos fenómenos propiciaron un crecimiento demográfico, sobre todo en las poblaciones más grandes. Palafrugell, Sant Feliu de Guíxols o Palamós fueron protagonistas con la industria corcho-tapera, mientras que La Bisbal d’Empordà, lo fue por la cerámica. Una herencia hoy visible en estos municipios y visitable por medio de diferentes equipamientos y actividades culturales.

    A pesar de todo, un nuevo descalabro, la plaga de la filoxera, hizo devolver el estancamiento económico. La opción de tener un futuro más próspero pasaba por las Américas. Gracias a la fortuna hecha en el continente americano, los emigrantes bajo-ampurdaneses o indianos construyeron casas y mansiones de regusto colonial, además de contribuir a la mejora de otros edificios y popularizar la habanera, un género de canción muy arraigado en la comarca. Begur conserva mucho patrimonio indiano y cada año revive esta época con la Fira d’Indians. Por su parte, Calella de Palafrugell, Palamós, Calonge, Sant Feliu de Guíxols y en general todos los núcleos costeros, contribuyen a la difusión de las habaneras y otras canciones vinculadas al mar.

  • Foto: Pere Carreres. Arxiu Imatges PTCBG

    El Baix Empordà, hoy

    A partir de la década de los cincuenta, el Baix Empordà experimentó un gran crecimiento turístico, que tenía su precedente en los veraneos de la burguesía catalana de principios de siglo. Atraídos por un paisaje prácticamente salvaje y rural y por la tranquilidad de la zona, empezaron a llegar miles de visitantes de todas partes, entre los cuales estrellas de Hollywood, que rodaron películas y se enamoraron del litoral bajo-ampurdanés y de la Costa Brava. El turismo hoy en día es uno de los motores económicos de la comarca y cada vez más se apuesta por un modelo de turismo de calidad, sostenible y respetuoso con el medio y el patrimonio natural. Cabe destacar que el Baix Empordà, una comarca principalmente de servicios, conserva su carácter ampurdanés y una identidad propia, deviniendo un territorio tranquilo, acogedor, integrador y muy inspirador.

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