Foto: Arxiu de la Fundació Mercè Rodoreda de l’Institut d’Estudis Catalans.
Mercè Rodoreda y Gurguí (Barcelona, 1908 – Romanyà de la Selva, 1983) es una de las voces literarias catalanas imprescindibles. Su figura es clave, no solo para entender la literatura contemporánea en lengua catalana, sino para acercarse a la experiencia individual y colectiva del siglo XX, marcada por el anhelo de libertad, la incertidumbre de las guerras y el peso del exilio.
Nacida en una familia del barrio de Sant Gervasi con inquietudes culturales y catalanistas, Rodoreda pasó solo tres cursos en la escuela, y a los veinte años se casó con el hermano de su madre. Aun así, la desazón por la literatura y el deseo de independencia la acompañaron siempre. Empezó a escribir novelas y, en los años treinta, se dedicó también al periodismo político. A raíz de la Guerra Civil, Rodoreda se exilió. Primero escribió en distintas poblaciones de Francia y, a partir de 1954, en Ginebra, donde se quedaría con su amante, Armand Obiols, durante casi veinte años. El 1972, un tiempo después de la muerte de Obiols, Rodoreda se trasladó a Romanyà de la Selva, en el municipio de Santa Cristina d’Aro, en el Baix Empordà. En 1979 se hizo construir una casa al pequeño núcleo de las Gavarres, que sería su última residencia y el lugar donde la enterraron.
Obra
Aunque también cultivó la poesía y el teatro, la narrativa es la faceta más conocida de la obra de Rodoreda. Empezó su trayectoria novelística con algunas obras de juventud, a las cuales renegó -excepto de Aloma (1938), con la cual consolida su voz narrativa, y que reharía treinta años después de publicarla-. El exilio y la memoria ocupan un lugar central en el universo literario rodorediano, son el hilo conductor. Las mujeres protagonizan la mayoría de sus obras, en que se destacan elementos simbólicos como los árboles, las flores y los ángeles. Durante su etapa en Ginebra, la escritora vuelve a escribir y publicar regularmente, después de los años convulsos del primer exilio y la Segunda Guerra Mundial. Alguna de las novelas más célebres de la autora, como La plaça del Diamant (1962), son de este período. Otra de sus obras capitales, Mirall trencat (1974), fue terminada en Romanyà de la Selva, el entorno privilegiado que la acogió durante los últimos años de vida y escritura, en que publicó, además de algunas colecciones de relatos, su última novela, Quanta, quanta guerra… (1980)
Foto: Arxiu de la Fundació Mercè Rodoreda de l’Institut d’Estudis Catalans.
Rodoreda escogió un lugar recogido y tranquilo para establecerse de nuevo en Catalunya después del largo exilio. Romanyà de la Selva, donde su amiga Carme Manrubia tenía una casa -llamada El Senyal Vell-, ofrecía las mejores condiciones porque la escritora volviese al país. La tranquilidad del paraje y el esplendor del jardín de la finca, propiciaron una última etapa de plenitud creativa. La pureza del paisaje, donde las masías y los megalitos se integran harmoniosamente con los bosques de encinas, alimentó la creatividad de Rodoreda, la cual calificó las Gavarras como “uno de los paisajes más dulces de Catalunya”.
Fundación Mercè Rodoreda
La Fundación Mercè Rodoreda fue fundada el 1992 por el Institut d’Estudis Catalans, institución que recibió en herencia la propiedad intelectual de la escritora. La fundación, ubicada en Barcelona, se encarga de difundir la figura y la obra de Rodoreda, promover el estudio y gestionar el patrimonio intelectual. La estancia de la autoraen Romanyà de la Selva y los alrededores se puede reseguir a través de distintos itinerarios literarios, que transcurren por espacios que le sirvieron de inspiración.